Un ritual vivo que combina historia, comunidad y la voz femenina en una fiesta llena de simbolismo y emoción.
Cada 16 de agosto, cuando el calendario marca la víspera del día grande en Vinuesa, las mujeres del pueblo se preparan para algo más que una celebración. Se preparan para encarnar una memoria colectiva que respira en cada rama de pino. La Pinochada no es solo una fiesta popular; es una afirmación ancestral, una defensa simbólica de lo propio, en la que la mujer visontina es, y ha sido siempre, protagonista.
La leyenda dice que fue una disputa territorial con Covaleda por la imagen de la Virgen del Pino lo que dio origen a esta tradición. “Nosotras bajamos del monte con pinochos para defender lo nuestro”, cuenta una mujer mayor. “Mi abuela me decía que fue gracias a las mujeres que la Virgen se quedó aquí. Y eso no se olvida.”
Las ramas se bendicen en misa. Luego, en la plaza Mayor, se desata el juego ritual: los casados contra los solteros. Pero todos saben que el momento más esperado llega cuando las mujeres toman el relevo. Ellas golpean a los hombres con pinochos, en una danza que parece combate, pero que en realidad es una forma de recordar.
“Golpeamos suave, con respeto. No es violencia, es historia”, dice una participante. “Es una forma de decir: seguimos aquí.”
Ese momento de la Pinochada no se improvisa. Las mujeres dedican tiempo a elegir la rama adecuada, a decorar con cintas que muchas veces han pasado de mano en mano, de generación en generación. En el gesto de entregar un pinocho hay una entrega simbólica de memoria, una forma de pasar el testigo, de hacer que nada se pierda.
“Cuando yo era niña, recuerdo ver a mi madre preparar los trajes. No hablaba mucho, pero en el modo en que sujetaba las ramas, en cómo me enseñaba a envolverlas, entendí que esto no era una fiesta más. Era nuestra manera de decir que estábamos aquí antes, y que queremos seguir estando.”
Incluso el recorrido por las calles, ese andar colectivo hacia la plaza, tiene un aire de procesión. La música suena, sí, pero hay algo en el ambiente -miradas que se cruzan, silencios entre pasos- que recuerda que ese día, las mujeres no solo celebran, sino que afirman. Una afirmación de pertenencia, de raíz y de resistencia.
Memoria
En muchos hogares visontinos, las cintas que adornan los trajes y las ramas de pino se guardan con el mismo esmero que una joya de familia. “Mi madre me enseñó a envolver el pinocho, a elegir el mejor, a colocarlo con gracia. Era como un secreto entre nosotras”, recuerda otra mujer.
Esas enseñanzas no están en libros ni en panfletos. Viven en las cocinas, en las conversaciones a media tarde, en los recuerdos que se comparten con café y nostalgia. “Es algo que se respira desde niña. A los hombres les hace gracia, pero para nosotras es algo muy serio. Es nuestra historia, no un teatro.”
La Pinochada es una de las pocas tradiciones festivas en España que consagra un espacio central a la mujer como sujeto de acción, no de adorno. No es pasiva ni acompañante: es protagonista.
“En la cofradía, los hombres organizan, pero si las mujeres no nos moviéramos, esto no existiría”, afirma una visontina. “Esto es mucho más que folclore, es un acto de dignidad.”
A pesar del éxodo rural, muchas jóvenes visontinas regresan al pueblo cada agosto. Algunas vienen desde lejos, pero vuelven. Siempre vuelven.
“No es por la fiesta. Es por lo que representa. Mi hija ya sabe envolver su pinocho. Me emociona verla porque es como verme a mí misma, y a mi madre antes que yo”, comparte otra voz.
En el golpeo de los pinochos no hay ira. Hay memoria. Hay firmeza. Hay reivindicación. “Decimos: de hoy en un año. Es una forma de decir. Aquí seguimos, seguimos siendo, seguimos recordando”, explica una de las participantes.
Hay quienes han vivido La Pinochada sin faltar un solo año, sin importar la edad o el lugar de residencia. Algunas han acudido con hijos, con nietos, o incluso solas, conscientes de que estar allí no es una cuestión de ocio, sino de deber personal. “Mientras pueda sostener un pinocho, vendré”, afirma una mujer.
Las que emigraron a ciudades más grandes relatan que ese día marcan el calendario con un color especial. “Pase lo que pase, el 16 de agosto es nuestro”, dicen. Y no importa cuántos kilómetros las separen. Ese día, todas convergen en el mismo lugar simbólico.
Vigencia
El papel de la mujer en La Pinochada sigue creciendo. Ya no se limita al combate ritual. Ahora lideran también iniciativas de conservación, talleres de memoria oral, publicaciones locales y documentales.
“Queremos que se entienda que esto no es un juego ni un folclore pintoresco.
Es un testimonio vivo de nuestra fuerza”, subraya una mujer implicada en su estudio y difusión.
La Pinochada no necesita artificios para emocionar. Su poder está en lo sencillo, en lo profundo. En esa rama que golpea el hombro de un hombre con respeto, con historia, con raíz.
“No golpeamos por costumbre, golpeamos para no olvidar que fuimos nosotras las que estuvimos ahí, en el monte, en la plaza, en la vida”, dice una mujer con los ojos brillando tras una sonrisa.
En los últimos años, muchas voces han empezado a valorar la fiesta desde perspectivas nuevas. Estudios sobre género, tradición oral y patrimonio inmaterial apuntan a que La Pinochada encierra un relato de resistencia femenina que merece ser contado más allá de la comarca.
Los investigadores han documentado los relatos orales, los cantos y los gestos que acompañan la tradición, reconociendo su valor antropológico y social.

Además, algunas asociaciones culturales han comenzado a recopilar fotografías y testimonios de mujeres que participaron hace décadas. Estas acciones buscan garantizar que el legado de La Pinochada no se pierda con el paso del tiempo.
Hay quien propone declarar la fiesta como bien de interés cultural no solo por su valor etnográfico, sino por ser una manifestación de memoria de mujeres. Una historia que no ha sido escrita en archivos, sino en cuerpos que avanzan por la plaza con ramas en la mano y propósito en el gesto.
También se trabaja desde las escuelas del entorno para explicar esta tradición a las nuevas generaciones, no como un mero rito del verano, sino como un acto lleno de simbolismo. “Queremos que entiendan lo que significa que una mujer golpee con un pinocho a un hombre mientras le dice: de hoy en un año. Porque detrás de ese gesto hay siglos de memoria, de lucha, de comunidad.”

Y es que La Pinochada, aunque parezca sencilla, es una celebración con capas. Cada una de ellas representa una parte de la historia del pueblo y, sobre todo, de sus mujeres. Mujeres que han sabido resistir al olvido, al silencio y a la invisibilidad con un arma tan simple como una rama de pino.
La Pinochada es, en el fondo, un espejo. Y al mirarlo, vemos lo que muchas veces se olvida: que la historia también se escribe en femenino, con ramas de pino, en un rincón de Soria llamado Vinuesa.


